< inmociencia >
A pesar de que hubiera admitido mi derrota el hombrecillo sediento de sangre llamó a las autoridades locales para que me apresaran, quienes, para sorpresa de todos, se presentaron en el lugar en pocos minutos. Tras tomar declaración a los asistentes y rellenar el parte correspondiente me trasladaron al centro penitenciario más cercano.
A diferencia de otras cárceles ésta destacaba por su arquitectura moderna que recordaba al estilo de Philip Johnson o Mies, me alegró comprobar que el dinero de los impuestos de quienes no defraudan al fisco había sido bien empleado. Mi celda contaba con seis ventanales amplios por los que me comunicaba con los numerosos funcionarios y compañeros de prisión, de hecho la mujer sudorosa y uno de los turistas presentes en mi desahucio habían sido detenidos también y se encontraban en mi mismo módulo.
Pese a las magníficas instalaciones las condiciones dejaban mucho que desear, se pasaban el 3er convenio de Ginebra por el mismísimo bacon, nos privaban del sueño y las apps de comida a domicilio no podían domiciliarnos su comida. Cada poco tiempo los boquis irrumpían en el módulo y nos sacaban al patio donde la mujer sudorosa trapicheaba con leche que había conseguido esconder de los guardias. A falta de apps se convirtió en mi dieta habitual pese al sabor rancio que tenía, y no sólo para mí, de vez en cuando, cuando no se avistaban guardias, el turista también se atrevía a tomar un poco de ella, no sin antes cachear a la señora por si portara armas, en la cárcel no se puede fiar uno de nadie.
A pesar de la estrecha vigilancia a la que nos veíamos sometidos pude entablar conversación con mi vecino de celda quién me abrió las puertas a un mundo completamente nuevo y desconocido, mi primer catedrático de la universidad de la calle, el gran Paco el Piñata. Entre lección y lección me iba contando sus peripecias, casualidades de la vida a él también lo habían desahuciado hacía un tiempo y llevaba encerrado desde entonces. El pobre lo había perdido todo, por no quedarle no le quedaban ni pelos ni dientes, de ahí su apodo.
Las agujas del reloj avanzaban sin descanso y la rutina se hacía cada vez más difícil de soportar, la soledad empezaba a golpearme, incluso encontré en los cacheos habituales de los boquis una fuente de contacto humano y fraternidad. Afortunadamente y al igual que el turista, la mujer anteriormente sudorosa y ahora contrabandista láctea se mostró muy cercana y amigable y digo afortunadamente porque Paco el Piñata desapareció repentinamente sin previo aviso, una pena la verdad, teníamos muchas cosas en común, tanto es así que muchos nos confundían, en fin, la vida en el maco es lo que tiene.