1×07 – El Clan de los Gérmicos Satánicos

< descobremiento >

La relación con la señora y el turista cambió, parecían distantes, esquivos, era entendible ya que habíamos pasado de relacionarnos un par de horas al día en la cárcel a compartir casi las 24 horas del día. Pese a que nos llevábamos muy bien la convivencia empezaba a pasar factura. Unos días más tarde propusieron ir al parque a dar de comer a las palomas junto a la gente arrugada. Puesto que era una de mis grandes aficiones lo entendí como un gesto para intentar conectar de nuevo y mejorar la relación, ¿y qué mejor manera que pasar un rato agradable los tres fuera de casa rodeados de fauna y flora?

Nada más subir al coche se respiraba felicidad, canciones de Leticia Sabater y ambientador con olor a spa transalpino. Tras 5 minutos y muchas vueltas llegamos al destino. Fue extraño haber cogido el coche puesto que nuestra casa se veía desde allí pero la forma física del turista no daba para mucho, al igual que su conciencia medioambiental. No pude controlar mi emoción y rápidamente salí del vehículo esperando escuchar el delicado aleteo de las aves, sin embargo, la fauna que me encontré fue muy diferente. Me giré para pedir explicaciones al dúo dinámico pero para mi sorpresa ya no estaban, me habían abandonado de la misma manera que una compañía de teléfonos abandona a sus clientes más antiguos.

Lo que me deparaba ese día era un acontecimiento digno de estudio antropológico. La gente de aquel lugar parecía haberse apropiado de gérmenes caseros como si de tesoros preciados se tratase. Eran como pequeños alquimistas de la insalubridad, intercambiando tesoros invisibles en sus manos sucias. ¿Serían éstos los pangolines de pandemias venideras o solo aquellos obsesionados por el papel higiénico?

Los grupos se formaban como si estuvieran redefiniendo las leyes de la tribu. Se agrupaban como bandas pandilleras, reivindicando territorios y trapicheando cual jungla urbana. Algunos actuaban como auténticos caciques, imponiendo su voluntad sobre los demás con una autoridad indignante. Era una jungla de relaciones personales tóxicas y no solo por la cocina fusión de bacterias sino por la dependencia emocional y necesidad de control que se respiraba en el ambiente.

El clímax del día fue el misterioso ritual del círculo de canto. La gente se unía formando un círculo casi místico, como si estuvieran invocando a un ente oscuro, como el que no debe de ser nombrado, Voldemort (ojo que la “t” no se pronuncia que viene del francés). Los gritos y la percusión llenaban el aire creando una cacofonía que podría haber sido dirigida por Hans Zimmer en su versión más infernal y que logró erizar mis cuasi inexistentes cabellos. Observaba atónito cómo los participantes se entregaban a esa extraña ceremonia, preguntándome si había tropezado con una sociedad secreta de futuros dictadores o simplemente se trataba de una nueva tribu urbana surgida de las redes sociales.

Scroll al inicio